miércoles, 19 de septiembre de 2012

La Maquina de Dios


                “La  Maquina de Dios” 



Introducción

“La física de partículas es lo increíble en busca de lo inimaginable. Para identificar los fragmentos más pequeños del universo tiene que construir la maquina más grande del mundo. Para volver a crear las primeras millonésimas de segundo de la creación tiene que generar energía a una escala impresionante”. Así comenta el periódico británico “The Guardian” sobre el experimento científico más grande que se ha realizado en la historia de la física de partículas. El cual comenzó haya por el 9 de septiembre de 2008, ubicado en las cercanías de Ginebra en la frontera Franco-Suiza, conocido en el ámbito de la ciencia como Gran Colisionador de Hadrones o LHC (sus siglas en ingles), pero popularizado por los medios de comunicación como “la máquina de Dios”, porque según se dijo este experimento buscaba la llamada “partícula divina” o sea, aquella que fue protagonista en los orígenes del universo. A partir de ello se generaron grandes expectativas sobre sus resultados y se oyeron las más diversas conjeturas en las mesas de cafés, en los pasillos de las escuelas, en los asientos de los colectivos. Rápidamente el tema inundo el mundo de lo cotidiano y la opinión pública se apodero de él, hablando muchas veces desde un lugar sensato y crítico pero otras cayendo en exageradas especulaciones y rozando un tono mitológico. Desde ese lugar de interés público, y no tanto por su espectacularidad tecnológica-científica, es que se presenta como un tema digno de profundizar y compartir desde la comunicación.

Desarrollo

El gran colisionador de hadrones es un acelerador y colisionador de partículas ubicado en la organización europea para la investigación nuclear (CERN) cerca de la ciudad de Ginebra. Fue diseñado para hacer colisionar haces de hadrones, más precisamente de protones, siendo su propósito principal examinar y determinar la validez del modelo estándar, el cual es actualmente el marco teórico de la física de partículas.                                                  
El LHC es el acelerador de partículas más grande y energético del mundo. Usa el túnel de 27 km de circunferencia creado para el Gran Colisionador de Electrones y Positrones (LEP en inglés) y más de 2000 físicos de 34 países y cientos de universidades y laboratorios han participado en su construcción. Dentro del colisionador dos haces de protones son acelerados en sentidos opuestos hasta alcanzar el 99,99% de la velocidad de la luz, y se los hace chocar entre sí produciendo altísimas energías (aunque a escalas subatómicas) que permitirían simular algunos eventos ocurridos inmediatamente después del big bang).

Este experimento llega a producir hasta seiscientos millones de colisiones por segundo. Lo ideal sería fotografiar (almacenar) todas y cada una de ellas, pero eso es, con la potencia de cálculo que tienen hoy en día las computadoras, imposible. Así, no queda otra que hacer una selección "al aire". Es decir, según llegan los seiscientos millones de colisiones por segundo, tenemos que decidir si esta o aquella colisión la guardamos. ¿Y el resto? Las perdemos para siempre. El número que se puede guardar es de trescientas por segundo. Cuando una colisión ocurre dentro de esta cámara fotográfica, y en cuestión de microsegundos, los productos de la colisión ya han atravesado el detector, o se han desintegrado, no dejando nada más que su rastro.
Las partículas pueden dejar dos tipos de rastros: puntos o "hits" en los llamados detectores de trazas, y depósitos de energía en los llamados detectores de calorimetría. El paso siguiente es transferir, a una velocidad de trescientas por segundo, las colisiones aceptadas fuera del experimento. Éstas se envían a siete centros de computación repartidos por el mundo; en estos centros, con un poco más de tiempo para reconstruir las colisiones (o sucesos) con más calma, se reconstruye en mejor detalle lo ocurrido en cada colisión, y se guarda en cintas. Y aquí es donde empieza, en cierto modo, el análisis de los datos. Los físicos de tienen que leer los millones de colisiones almacenados en estas cintas y extraer, de todas ellas, las que sean de interés. Pero, ¿cómo? En base al conocimiento existente de la Física de Partículas, gracias al Modelo Estándar se puede predecir los diferentes tipos de colisiones que se van a producir en el LHC. La idea, en principio, es entonces sencilla: comparar la predicción, gracias a simulaciones, con la medida. Y, de una forma muy simplificada, diremos que se ha descubierto una partícula cuando haya más medidas de las esperadas, de una forma estadísticamente significativa.
Casi todos los científicos creen que el Gran Colisionador de Hadrones o bien probará o refutará la existencia del bosón de Higgs (“partícula de Dios”) de una vez por todas. Aunque encontrar dicha partícula no nos dirá todo lo que necesitamos saber acerca de cómo funciona el universo, llenará un enorme agujero en el Modelo Estándar que ha existido durante más de 50 años. Según los expertos, “No es el punto culminante, pero en términos de lo que podemos decir prácticamente sobre el mundo y cómo es el mundo, realmente nos dice mucho”.

Esa bendita partícula

Todos los caminos de la ciencia conducen a los griegos y este no es la excepción, cuentan que allá por el siglo V antes de nuestra era, Leucipo y Demócrito sostuvieron, por primera vez, que la materia estaba compuesta por átomos: en contra de la teoría de Aristóteles y Parménides, que negaban la existencia del vacío entre los átomos. Ahora todos sabemos que la materia está hecha de moléculas, y las moléculas, de átomos. Estos, a su vez, se organizan como una nube de electrones. El corazón central es un conglomerado de neutrones y protones cuya masa es miles de veces mayor que la de los electrones. Hasta este punto los físicos saben por qué el átomo es como es, pero se les resiste entender por qué las partículas elementales tienen las masas que tienen. Hay muchas y con enormes diferencias entre ellas; la más pesada, el quark top, es 350.000 veces más masiva que el electrón. Los físicos han desarrollado un modelo teórico que describe las partículas elementales y las interacciones entre ellas… pero exige que la masa de todas sea nula.




Cuestión de peso

En 1964 el británico Peter Higgs propuso una elegante solución a esta discrepancia. Supuso que todo el universo está ocupado por un campo parecido al electromagnético. O sea en el espacio que nos rodea no sólo hay materia. Si pudiéramos sacar de una sala hasta la última porción  de polvo y la última molécula de aire, no podríamos decir que allí no queda nada. La prueba palpable es que, si lanzamos una pera, caerá al suelo; hay algo que la hace caer que llamamos “gravedad”. En definitiva, una fuerza no es otra cosa que el efecto de un campo; y la materia posee propiedades –como la masa y la carga– que la hacen sensible a los diferentes campos. La propuesta de Higgs fue revolucionaria: existe un campo que llena el espacio, y cuando las partículas interaccionan con él, adquieren masa. Pero dicha idea choca con la intuición. ¿No es la masa una propiedad intrínseca de la materia? Para entenderlo imaginemos al universo como una fiesta. Invitados relativamente desconocidos en la fiesta pueden pasar rápidamente a través del salón, desapercibidos, pero los invitados más populares atraen a grupos de personas (bosones de Higgs) que volverá más lento su desplazamiento a través de la habitación.                                                                                                          Ya estamos en condiciones de responder a la pregunta sobre cómo demostrar la existencia del campo de Higgs: encontrando su partícula portadora, el bosón de Higgs. Pero ¿dónde está el bosón? Esa es la cosa. Para pescarlo es necesario alcanzar energías pavorosas que lo obliguen a salir de su escondite teórico y mostrarse empíricamente... si es que en realidad existe; y si aparece, sí, tendremos un panorama general de todos los ladrillos de la naturaleza, y como bonus track, el bosón, o el campo de Higgs, explicarían por qué el resto de las partículas tienen masa, según predice también la teoría.


Crónica de un hallazgo

La inauguración oficial de esta aventura científica data del 1° de agosto de 2008 cuando fueron inyectados los primeros haces de partículas en el gigantesco corredor de 27km. En tanto que el primer intento de hacerlos circular por el colisionador se produjo el 10 de septiembre del 2008, disparándose con éxitos los primeros protones. Un par de semanas después allá por octubre del mismo año se tenía prevista la primera colisión, un hecho sin duda cargado de ansiedad y expectativas para los científicos, pero se vio suspendida la primera gran función de “la maquina” por un accidente que se produjo. Desde ese día pasaron más de 12 meses cargados de espera y angustia, hasta que por fin el 20 de noviembre de 2009 el LHC reanudo sus operaciones y tres días después los cuatro detectores captaron las primeras colisiones a 450 GeV (gigaelectrón volt, unidad de energía). Y a fin de mes LHC rompe el récord en ser el acelerador de partículas más potente del mundo, creando colisiones a 2.36 TeV (1.18 TeV por haz). Luego de la euforia y la felicidad por haber logrado un hecho histórico en la física, el gran experimento subio la apuesta y se apagó por el lapso de dos meses con el fin de ponerse a punto para funcionar en un nivel más alto de energía. Tal es así que el 30 de marzo de 2010 realizó exitosamente colisiones de partículas a 7 TeV (3.5 TeV por haz). Se mantuvo así hasta finales de 2011. Y llegara agosto de 2010 cuando se produjó un hecho que no hubieran imaginados ni los más entusiastas e imaginativos escritores de ciencia ficción, a tal punto que los más diversos diarios del mundo se vieron poblados con titulares de esta estirpe “la máquina de Dios recreo el big bang”; si señores y señoras el inicio del universo, de toda nuestra existencia había sido replicado, creado por manos y mentes humanas por unos instantes. Pero ojo que este insaciable explorador de los secretos del universo fue por más y el 4 de julio de 2012 en un análisis preliminar de los datos registrados se anuncio la observación de una nueva partícula compatible con el boson de higgs con una masa de unos 125 Gev. Esa partícula tan deseada y tan esquiva había sido descubierta poniéndole un cierre con moño y todo al modelo estándar, a lo grande sino de que otro modo podía ser para esta gigantesca hazaña científica.

Conclusión

Hay preguntas a las que ningún ser humano puede escapar, son aquellas que nos constituyen como ser y como especie que habita el mundo, sin duda que una de ellas es ¿de dónde venimos? El tema del origen ha atravesado todas las culturas y todos los momentos históricos, tópico privilegiado en las más diversas mitologías, creencias, leyendas urbanas, sistemas filosóficos y que también se ha ganado su lugar de privilegio en el campo científico, sobre todo en el de la física teórica. Esta es la razón principal por la que resulta de vital importancia comprender, compartir y debatir esta gran empresa científica del LHC, que más allá de sus espectaculares características científico-tecnológicas, pone otra vez sobre el tapete nuestra condición humana, condición frágil, incierta pero siempre capaz de ver en el naufragio una posibilidad de aventura. Por que la búsqueda y el hallazgo del boson de higgs no solo le pertenecen a los científicos sino a toda una historia de la humanidad que ha alimentado el germen de la curiosidad, sin el cual esto hubiera sido del orden de lo imposible. Pero por suerte para nosotros y para los que vendrán no todo el problema está resuelto con el hallazgo de la “partícula divina” ya que su aparición abre otras ventanas por las que nos asomamos a nuevas formas del universo que enriquecerán nuestra presente visión. En estos paisajes aparecen nuevos protagonistas como “universos con mas dimensiones”, “energía y materia oscura” entre otros que se encargaran de reanimar la llama de la imaginación y el deseo, elementos constitutivos de toda vocación científica. Por eso hoy vale seguir haciéndose esa pregunta milenaria, es cierto nos hemos acercado un poco más, quizá algún día la contestaremos, quizás nunca. Pero a quien le importa al final las certezas si lo que nos mantiene vivos es esa “gran maquinaria”, ese “gran descubrimiento”; la duda.

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